Las namoradeiras de Minas Gerais

Símbolo de espera de una ansiada libertad.

¿Quiénes son las Namoradeiras?

Las namoradeiras son unas muñecas que sólo tienen cabeza, hombros, brazos y busto, y que suelen colocarse en los alféizares de las ventanas mirando hacia la calle. Pueden encontrarse en diferentes tamaños y materiales: madera, cerámica, yeso, resina…

Vestido escotado, labios carnosos y rostro maquillado, uno de sus brazos se apoya sobre una superficie plana y el otro lleva la mano al rostro en señal de espera con una mirada sensual y romántica. Normalmente llevan pendientes, pulseras y collares bien vistosos. Son las criollas más sensuales y románticas de todo Brasil.

Algunas de ellas tienen una mirada dulce y soñadora, otras pícara o casi pecaminosa, es el arte imitando la vida. Artesanos de todo el país, envueltos por las leyendas y armas de seducción femenina, reproducen bellísimas esculturas de namoradeiras.

Con su piel morena, sus labios sensuales, su escote provocador y una mirada soñadora, la ventana de una namoradeira, muestra la más pura esencia mineira.

Muchas de las personas que observan estas bonitas esculturas adornando balcones y ventanas, no imaginan que éstas, guardan el registro de un tiempo en el que las mujeres dependían casi exclusivamente de ese ambiente para tener contacto con el exterior.

Ventanas a la libertad

Vigilando las calles desde su ventana, éstas fueron el único contacto con el exterior para muchas mujeres en una época en las que no se les permitía salir del ambiente doméstico.

Durante el periodo colonial, la supremacía masculina estaba avalada por la ley. Del mismo modo que las tierras y los esclavos, las mujeres eran consideradas una propiedad.

La única manera que tenían de entrar a formar parte de la sociedad era a través del matrimonio. De ese modo, pasaban de pertenecer al padre para pertenecer a sus maridos y en la ausencia de éstos; eran «administradas» por un tutor del sexo masculino: el hermano mayor, hijos o cualquier otro individuo designado legalmente para desempeñar este papel.

La opción para aquellas que no se casaban, era el convento. De tal modo, que la mujer acababa comprometiéndose con un hombre o con dios, subjugada al sexo masculino y aislada del mundo exterior.

Con uno de sus brazos apoyado en la ventana y el otro sujetando el rostro, las namoradeiras representan una espera, la espera por el gran amor de sus vidas.

Privadas de libertad, las namoradeiras explotan su más dulce mirada para atraer un buen partido. La sensualidad de sus labios, los escotes generosos y sus miradas soñadoras son sus infalibles armas de seducción.

Namoradeiras y poesía

• El músico Gilberto Gil fue el compositor de una bella canción «Esperando na janela» (esperando en la ventana), una clara referencia a las namoradeiras:
— Por isso eu vou na casa dela, ai (por eso voy a su casa, ¡ay!)
— Falar do meu amor pra ela, vai (para hablarle de mi amor)
Tá me esperando na janela, ai (ella me espera en la ventana, ¡ay!)
— Não sei se vou me segurar (no sé si podré controlarme)

• Por otro lado, el poeta Marco Santos en «Janelas de Minas (ventanas de Minas)», dice:
— Janelas que contam histórias (ventanas que cuentan historias)
— Falando de muitos ais (que hablan de muchos ¡ayes!)
— Que afligiram os corações (que afligieron corazones)
— Das mulheres de Minas Gerais (de las mujeres de Minas Gerais)

Un poco de historia

Fue a finales del siglo XIX, que las mujeres comenzaron a frecuentar las calles para realizar sus compras, actividad que pasé a ser considerada como ocio.

Cuando surgieron los primeros núcleos urbanos, las mujeres se mantenían al tanto de los acontecimientos, a través de las celosías de puertas y ventanas.

A comienzos del siglo XIX la corte portuguesa se muda a Brasil y en 1809, D. João ordena eliminar todas las celosías por ser de origen árabe y avergonzar a la corona, trayendo el recuerdo de la época en la que Portugal estaba sometida al dominio moruno.

La desaparición de las celosías contribuye a que ventanas y balcones se transformen no sólo en un lugar de vigilancia, sino también de exposición. La mujer pasa a poder ser vista.

Fue un hábito difícil de asimilar por la población, ya que hasta entonces la presencia femenina se reducía a festejos públicos, procesiones y homenajes a la familia real. Las mujeres que se exponían en el alfeizar de la ventana eran consideradas rameras.

La mala reputación de las ventanas empezó a perderse con el acceso a la educación y la inserción de las mujeres en el mercado laboral. Gracias a ello, éstas consiguieron cruzar la frontera entre su casa y la calle, y comenzar a disfrutar de diversas formas de socializar.

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